(Blog) La infancia como punto de no retorno
El 20 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Infancia y, desde estas líneas, creemos importante hacer una serie de reflexiones sobre este momento de la vida del ser humano.
Escrito por: Marta Abad
Por un lado y de importancia capital, encontrándose en el amparo de Fundació Joia, todos tendríamos que reflexionar sobre el impacto de las vivencias de una persona cuando es niño/a (y también adolescente). Estos pocos años marcan el devenir de cualquier persona. Es decir, aquello que nos toca vivir en los primeros años deja una impronta difícilmente borrable durante el resto de nuestros días. Si tenemos este axioma muy presente, podemos, sin mucho esfuerzo, concluir que, como sociedad, tenemos una gran responsabilidad sobre la vida de los más pequeños. Esta, por supuesto, se centra en algunas figuras claves: madres y padres, familiares próximos, maestro y profesores, acompañantes de actividades extraescolares, entre otros.
Todo aquello que se transmite a uno/a niño/a, especialmente cuando se vincula con una experiencia emocional y/o afectiva de signo positivo o negativo, queda grabada en el “disco duro” que va conformando la personalidad y sentando las bases del desarrollo hacia la adolescencia y adultez.
Así pues, si tomamos en consideración el contexto en que un niño nace y se cría, podremos trazar de una manera, posiblemente muy aproximativa, el que será su futuro. Evidentemente, aquí estamos haciendo una simplificación burda para tratar de hacer entendedora una realidad mucho más compleja.
¿Cómo pensamos, por lo tanto, que evolucionarán niños/niñas nacidos en entornos tan diferentes como los siguientes? En un país subdesarrollado o en un barrio marginal, en un país inmerso en un conflicto armado de larga duración, a una familia con muchos recursos económicos pero con padres ausentes de facto, a una familia donde no existen ni las normas ni los límites...etc. A buen seguro que cualquiera de los que estáis leyendo estas líneas, podríais hacer una apuesta al respeto. También es importante ampliar el círculo de influencia del/de la niño/a a, por ejemplo, la escuela porque, ¿creemos que, después de sufrir “bullying” en un grado u otro, la herida queda cicatrizada cuando el episodio acaba? Ojalá fuera así.
Si tomamos este punto de partida tan ridículamente esquematizado, se concluye de manera bastante directa que muchos traumas y trastornos mentales tienen su origen (cuando no es biológico o no lo es exclusivamente) en los primeros años de nuestra vida.
Por supuesto, los tratamientos terapéuticos y/o farmacológicos posteriores pueden ayudar a mejorar la calidad de vida del ya adolescente o adulto pero la línea base no será nunca la misma por una persona con una infancia tranquila y llena que la de otra que ha tenido que experimentar las dificultades y el dolor desde un buen inicio. En consecuencia, tendríamos que procurar que todo/a pequeño/a pueda disfrutar de unas condiciones dignas a todos los niveles; no solo por la vivencia de la niñez sino por su futuro.
Este reto tiene un doble nivel. Uno de “micro”de cada persona con capacidad de influir en la vida de un niño y uno de “macro” como sociedad que tendría que encontrar palancas para corregir las desigualdades más fundamentales que, todavía hoy en el siglo XXI, se dan en el mundo. La conjugación de ambas es el único camino hacia el progreso, muy entendido, como especie.
Aunque, hasta aquí, hemos defendido que se ha luchar para aislar el/la niño/a de la experiencia traumática, no tenemos que confundir este objetivo con una sobreprotección y libertinaje enfermizos muy habituales en las generaciones de niños y jóvenes actuales que ha llevado a muchos a la carencia de resiliencia, mala gestión de la frustración y, incluso, a una tiranía y culto al yo que parecen incompatibles con el progreso del cual hablábamos. La criatura necesita que se le transmita la realidad de la vida aunque en términos y forma que pueda coger. Creemos que azucararla o esconderlo de ella no favorecerá su correcto desarrollo adulto.
La chiquillería tiene derecho a que se la provea de todo aquello que necesita para vivir con dignidad, también tiene que poder jugar, divertirse, ensuciarse, caer y levantarse; pero también a recibir una educación emocional equilibrada y sana basada en un día a día en que no se hiera de manera gratuita su alma. Por último y como hemos apuntado más mencionado más arriba, no podemos despreciar la transmisión en valores éticos que lo permitan, poco a poco, al erigirse un adulto sano y respetuoso con aquellos que lo rodearán.