(Blog) Elogio a la simplicidad
Si podéis, os pido que cerréis los ojos y que penséis en un momento en que os hayáis sentido tranquilos, en paz con vosotros mismos, contentos de vivir e, incluso, con una sonrisa en los labios o, como mínimo, con la huella de la alegría en el corazón. Seguro que cada uno de vosotros pensará en una situación muy diferente. Ahora bien, me atrevería a afirmar que, en la mayoría de los casos, se tratará de pequeños instantes de la vida cotidiana en que el dinero, el status, y los “fuegos artificiales” no tienen nada a ver.
Escrito por: Marta Abad
En mi caso, por ejemplo, podría escoger, para empezar, tres de ellos. Una conversación saltando de tema en tema con uno de mis amigos bebiendo una coca-cola, una tarde tranquila en el sofá viendo una serie y comiendo unas patatas de bolsa o un helado con mi pareja, o una horita de soledad junto con una novela que me tiene embelesada. Personalmente, no me es necesario contar con lujos, ni estar en entornos paradisíacos lejos de casa o celebrando vete a saber qué. Estos instantes, en ocasiones fugaces, son los que llenan mi alma y, así, son el motor para seguir en pie y para luchar en aquellos momentos en que las sombras invaden mi ser.
Con esto, no quiero dar sentencia restando importancia a los momentos importantes, a instantes de desmadre o a la posibilidad de contar con recursos para generar momentos memorables. Por supuesto, de este modo también pueden generarse espacios de joya que, más adelante, acontecen en recuerdos imborrables.
Ahora bien, ¿cuántos espacios vitales de simplicidad podemos llegar a vivir y cuántos de gran celebración? Pienso que en los primeros hay un potencial de plenitud enorme que, generalmente, ninguneamos e, incluso, rehuimos. ¿Por qué? Pues pienso que puede haber dos grandes motivos. Por un lado, los medios con todas las herramientas de que disponen y, especialmente, las redes sociales nos infunden la necesidad de brillar siempre, de mostrar un goce aparente, una perfección superficial que solo se puede conseguir con un intenso cuidado de los detalles externos. ¿Estas imágenes de revista se corresponden con el estado interior de quien las comparte? No lo podemos saber. Por otro lado, en algunas ocasiones nos cuesta parar de hacer cosas porque lo contrario supone encontrarnos con nosotros mismos, enfrentarnos a aquello que tanto mal nos hace y que, en la parada, se hace más evidente.
Creo que cuando llegamos a acostumbrarnos a estar con nosotros mismos- solos o acompañados, en casa o en la calle - pero sin perseguir un ritmo frenético, podemos descubrir un gozo que, dichosamente, se puede replicar sin mucha dificultad. Evidentemente, tendremos momentos de tristeza, de mal humor, de frustración...estos son inherentes en nuestras vidas. Pero, si nos paramos a disfrutar de los breves instantes de placer mundano, tenemos una primera batalla ganada; como mínimo, contra el aburrimiento y contra la necesidad de la adrenalina constante.
¿Y cómo podemos descubrir cuáles son aquellos momentos que nos llenan el corazón a cada cual de nosotros? Diría que los años de vida nos enseñan sin que nosotros hayamos de hacer mucho esfuerzo; sin premeditar-lo, vamos buscando cada vez más aquellas situaciones que, sin ser conscientes, aportamos algo que nuestro corazón necesita. Creo, también, que si conectamos con nuestras emociones y nuestro cuerpo, también podemos averiguar cuándo la vida nos está ofreciendo un instante de este tipo. Personalmente y sin usar ningún tipo de metáfora, siento un pequeño saltito de mi corazón y, muchas veces, estoy sonriendo sin casi darme cuenta. También, según mi experiencia, he necesitado aprender a querer y valorar estos momentos para recargarme de fuerza, energía y motivación para afrontar otros muchos momentos en que la angustia es la protagonista principal de mis días.
Por supuesto, como seres que estamos en constante evolución, el tipo de situaciones que nos hacen sentir este rescoldo y este bienestar mutan a lo largo de los años; si bien opino que, en el fondo, tienen algún componente común que mucho tiene que ver con nuestra esencia pura e inmutable.
Os invito, pues, a que encontréis vuestros pequeños momentos cotidianos de “trascendencia” y, en el supuesto de que ya los tengáis identificados, no les restéis valor. Estoy convencida que atesorarlos os será muy útil para disponer de coraje cuando lo necesitéis.