(Blog) Un largo camino por recorrer
La memoria es algo curioso. Seguro que a más de uno le habrá pasado que no se acuerda de dónde ha dejado las llaves de casa, o dónde ha aparcado el coche, y en otras ocasiones, sin embargo, se acordará de cualquier acontecimiento que ocurrió hace un buen número de años. En mi caso, hay veces que si sigo una serie de televisión, de un capítulo a otro ya se me ha olvidado lo último que estaba haciendo el protagonista; o acabar de leer un capítulo de un libro y no acordarme de nada de lo que he leído. Y en cambio, me acuerdo perfectamente de cómo era mi vida en mi infancia y juventud.
Escrito por: Pedro Villena
Todo esto viene a cuento, porque ahora recuerdo las barreras arquitectónicas y de toda índole social, que sufrían las personas con cualquier grado de discapacidad. Si hablamos de barreras físicas, hace cincuenta, cuarenta años o incluso muchos menos, en que los bordillos de las aceras eran un impedimento insalvable para personas en sillas de ruedas. Y qué decir de las escaleras de los metros, de los centros educativos, hospitales, o infinitos edificios de viviendas sin ascensor. O la absoluta ausencia de superficies podotáctiles que hoy en día pueden utilizar las personas invidentes para moverse por la ciudad. Cajeros automáticos demasiado altos para personas en sillas de ruedas, o botones de ascensor, semáforos audibles, obras sin señalizar. La lista es interminable.
Y si hablamos de barreras sociales, se podrían enumerar infinitas de ellas. Desde todo tipo de palabras despectivas que se utilizaban en aquella época (y que por desgracia, aún se siguen utilizando) para referirse a personas con diversas discapacidades psíquicas o intelectuales, insultos, rechazo, distanciamiento social, hasta el estigma social y en ciertos casos hasta familiar, de aquellas personas con enfermedades mentales que las abocaban a la soledad, al rechazo afectivo y social o a caer en ciertas actitudes autodestructivas para escapar de sus propios miedos.
Todas esas situaciones me vienen a la memoria echando la vista atrás. Hoy en día, muchas de esas barreras, afortunadamente, han caído. Hay más integración, menos rechazo, más centros de asistencia, más oportunidades laborales, más entidades colaboradoras en el ámbito mental, social, de inclusión. Pero todavía queda un largo camino por recorrer para la integración total de todas las personas con discapacidad de cualquier tipo en numerosos países y sociedades. Es por ello, que las Naciones Unidas declararon en 1992, el Día Internacional de las Personas con Discapacidad que se celebra cada 3 de diciembre.
Según la resolución de dicho año, el objetivo de las Naciones Unidas es promover los derechos y el bienestar de las personas con discapacidades en todos los ámbitos de la sociedad y el desarrollo, así como concienciar sobre su situación en todos los aspectos de la vida política, social, económica y cultural. En la actualidad, la población mundial supera los siete mil millones de personas y más de mil millones de personas, aproximadamente el 15 por ciento de la población mundial, viven con algún tipo de discapacidad y el 80 por ciento vive en países en desarrollo.
Sí, es cierto que se ha avanzado mucho en la integración, pero aún quedan muchas cosas que mejorar, como la integración o ese estigma que acompaña a las enfermedades mentales. Se estima que 1 de cada 4 personas, tendrán un trastorno mental a lo largo de su vida y que 450 millones de personas en todo el mundo se ven afectadas por un problema de salud mental que dificulta gravemente su vida. Ojalá que en un futuro, todo aquel que tenga una discapacidad, sea del tipo que sea, pueda ser atendido desde el primer indicio de su enfermedad o dolencia; que pueda ser acompañado, apoyado en su camino y que no tenga que pasar buena parte de su vida preguntándose qué es lo que le pasa y que cuando eche la vista atrás, su memoria no le devuelva una mirada de soledad, incomprensión y desesperanza que le aboque a la autodestrucción.