Esta web utiliza cookies propias y de terceros para obtener información de sus hábitos de búsqueda e intentar mejorar la calidad de nuestros servicios y de la navegación por nuestra web. Si está de acuerdo haga clic en ACEPTAR o siga navegando.
Principio de los años 90, yo tenía unos 12 o 13 años y tuve la gran fortuna que la dirección de mi colegio invitó a unos expertos en cuestiones medioambientales para que nos ayudaran a tomar conciencia de algún aspectos que, en aquel momento, no eran más que incipientes.
He tenido un sueño. Me levantaba y no nos dejaban salir de casa, un virus se apoderaba de la humanidad, era muy contagioso y mataba sobre todo gente mayor y gente vulnerable con algún tipo de enfermedad crónica.
Podría comenzar este relato de numerosas y variadas maneras. Por ejemplo, podría narrar la leyenda de Sant Jordi, que dio origen a esta jornada tan popular.
Cuando Meritxell de Fundació Joia me pidió que en abril hablara de la Salud teniendo en cuenta que el día 7 se celebra el Día Mundial, nunca hubiera imaginado que seria en el contexto actual: enfrentados a una pandemia mundial a causa del Covid-19 o famoso Coronavirus.
Siento que la felicidad es efímera. Una se siente feliz unos instantes y, enseguida, se vuelve a la normalidad. Es un estallido de sentimientos positivos que irradian un fuego próximo a los fuegos artificiales.
No es que Joaquín Sabina sea mi cantante preferido, de hecho, ni de lejos, pero para gustos, los colores. Sin embargo, sí que reconozco que hay un par de canciones que me gustan de él.
Hace unos días, en una reunión de amigos a través de la aplicación Zoom- recordamos que somos en periodo de cuarentena por motivo de la Covid-19- uno de ellos, que es una persona muy sensata y sabia, nos decía que no tendría ningún sentido que las personas naciéramos perfectas, sin defectos morales de cualquier tipo.
Dentro de todas las artes, la más desconocida es la danza. Es curioso porque ya hace tiempo que estamos abiertos a todas las disciplinas artísticas de nuestro planeta...
La nave volaba rozando los campos sembrados. A su paso, las ramas repletas de algo que Mike suponía que eran flores, si es que Mike hubiese tenido mucho tiempo para contemplar el paisaje, se agitaban estremecidas, descompuestas por las llamaradas ionizantes de los dos motores sublumínicos.
Durante unos cuantos años, quizá los que se consideran que tendrían que ser los “mejores” de la vida de cualquier persona, decidí (o quizá no tuve más elección) aislarme del mundo y mantener únicamente las relaciones imprescindibles para sobrevivir.
Cuando empiezo a escribir este artículo me sobrepasan las dudas, pero pienso que no es solo cosa mía. Seguramente todo el mundo tiene estas preguntas delante.