(Blog) Hace falta más justicia social
El día 20 de febrero se conmemora el Día Mundial de la Justicia Social, promovido por las Naciones Unidas. Los días mundiales nos plantan ante la nariz las injusticias que todavía existen en nuestro mundo.
Escrito por: Roger M. Vilaplana
La primera vez que sentí a hablar de la “justicia social” fue en la parroquia de Sant Medir, en el barrio de La Bordeta, en Barcelona. Y si la memoria no me traiciona, juraría que en una reunión de la Juventud Obrera Católica, la JOC. Pensé que la justicia social era aquello que hacía Robin Hood, en los bosques de Sherwood, o nuestro bandolero Serrallonga, en las indómitas Guilleries: robar a los ricos para darlo a los pobres. Obviamente no acertaba pero quizás no me equivocaba del todo, ¿verdad?
Con el paso de los años, y no os explicaré el por qué, mi carácter se forjó a la contra de todas las injusticias que percibía a mi alrededor. Algunas sufridas en propia piel, otros por el hecho de provenir de un entorno familiar y de un país, Cataluña, que habían sido derrotados por el fascismo. Éramos trabajadores, republicanos, catalanistas, catalanoparlantes y sindicalistas. En resumen, teníamos todos los números para acabar recibiendo. Pero no hay nada mejor para querer justicia que sufrirla en persona. Y puedo decir, con la cabeza muy alta, que a día de hoy siguen sublevándome las injusticias actuales que sufrimos los catalanes, como pueblo, como ciudadanos y como trabajadores.
Pero ¿de dónde viene el término justicia social? Según mi querida Wikipedia, la justicia social es “un concepto aparecido a mediados de siglo XIX, referido a las situaciones de desigualdad social, que define la investigación de equilibrio entre partes desiguales, por medio de la creación de protecciones o desigualdades de signo contrario, a favor de los más débiles.”
En la definición de la justicia social he encontrado lo que me hizo entender por qué me dediqué, en cuerpo y alma, a defender los trabajadores. Porque yo también era trabajador, está claro, y porque no me parecía justa la desigualdad que sufríamos. Rehuyendo el pensamiento “comunista” habitual de los años 80 – con el que nunca he comulgado- e inclinándome mucho más hacia la vertiente cristiana, me parecía inaceptable que hubiera tanta gente a quién eran negadas unas condiciones de vida y trabajo dignos. Y mira por dónde, sin saber casi qué era la justicia social, al final ha resultado que mi vida la he dedicado, en gran medida, a la justicia social. ¿No lo encontráis curioso? Yo sí.