(Blog) El valor de la sinceridad
¿Alguna vez te has planteado qué valor tiene la sinceridad en tu vida o qué valor le das? ¿No piensas que sea algo interesante a plantearse? En mi caso y siempre desde los valores y vivencias personales, ocupa un espacio importantísimo en mi día a día. Trataré de explicarme.
Escrito por: Marta Abad
Muchas veces nos tenemos que enfrentar al dilema de decir o no algo a una persona querida- un amigo, por ejemplo- que creemos que le puede hacer daño y, en consecuencia, con la posibilidad de perder la relación si la otra persona no está preparada para encajar esta verdad o lo hace como un ataque por nuestra parte. ¿Qué hacemos ante este tipo de situaciones? ¿Callamos y dejamos que la otra persona ignore aquella realidad, que la coja por sí solo o conviva con ella o, por el contrario, se lo decimos sin valorar el impacto que puede tener en nuestra relación futura?
Personalmente, soy partidaria de la honestidad en la mayoría de los casos y, evidentemente, esto juega en un plan de reciprocidad; es decir: de los otros hacia mí y de mí hacia los otros. ¿Quiere decir esto que soy una persona cruel? Quiero pensar que no. Es cierto que hay verdades que no son necesarias para vivir, para crecer o para avanzar y que, por otro lado, pueden hacer daño. En este caso, quizás no es necesario sacarlas a la luz, no existe ninguna finalidad superior que lo justifique.
Ahora bien, nos encontramos en otro escenario muy diferente cuando, como norma, no hacemos saber cosas a los seres queridos sabiendo que aquella revelación podría cambiar sus vidas y, en cierto modo, mejorarlas. Pongamos un ejemplo práctico: imaginamos que sabemos que la pareja de un amigo o una amiga le está siendo infiel pero nuestro amigo/nuestra amiga no es consciente de ello, ¿qué haríamos ante esta situación? En más de una ocasión he planteado este escenario en debates con amigos y no pocas veces, la respuesta ha sido “depende”. En mi caso, y vuelvo a decir que no es más que una manera de hacer, no dudaría en decirlo. Algunos me pueden argumentar que quizás mi amigo o amiga no me cree y esto haría peligrar nuestra amistad. Mi respuesta es clara: tanto me da. Para mí es más importante la felicidad de quien quiero que el vínculo que mantenemos.
Otro caso todavía más complejo podría ser el siguiente. Sabemos, no juzgando o haciendo hipótesis, sino de verdad, que una persona querida está sufriendo algún problema de salud mental pero él o ella no es consciente, ¿se lo haríamos saber? Aquí, de nuevo, yo no dudaría en ningún momento. La calidad de vida futura de esta persona puede depender de la ayuda que reciba y, en ocasiones, solo es necesario un pequeño estímulo para dar un empujón a quien queremos o apreciamos.
Y así, podemos encontrar muchos y muchos ejemplos en que la sinceridad juega un papel importante en la toma de decisiones de nuestra vida.
Por otro lado, también podemos hablar de otro tipo de honestidad: la coherencia entre nuestra vida real y nuestra vida en las redes sociales (en caso de que tengamos). Es muy sabido que muchas personas proyectan lo mejor de lo mejor de su vida en ellas mostrando una imagen sesgada y muy poco real. Desde fuera todo parece perfecto, sin fisuras ni mácula. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a escoger lo que muestra en las redes o en la vida real ante los otros. Ahora bien, ¿a qué responde esta necesidad de compartir únicamente un mundo de luz en gran parto ficticio? ¿Necesitamos la aprobación de los otros en forma de “likes” y comentarios agradecidos? De nuevo, aquí os comparto mi visión de las cosas: necesito mostrar mi yo real para que los otros escojan si me quieren en sus vidas tal y como soy. Necesito que conozcan mis carencias para que comprendan cuando les pido ayuda o no llego a un estándar esperado. Esta es mi manera de concebir la vida. Quizás no me garantiza un círculo de amistades demasiado nutrido pero sí una calidad de vínculos que me da seguridad para caminar.
Como con todo en la vida, cualquier opción es válida y únicamente tenemos que ser coherentes en la hora de escoger la nuestra y después aceptar las consecuencias que se derivan.