(Blog) Soledad
Todos nos hemos sentido solos en uno u otro momento de nuestras vidas, eso no es ninguna novedad. Una vez alguien me comentó que se había sentido solo dentro del Camp Nou, viendo un partido de futbol. Parece increíble que alguien se pueda sentir solo acompañado por miles y miles de personas alrededor.
Escrito por: Pedro Villena
Pero la verdad es que es posible, realmente posible, sentir esa sensación de soledad, de estar aislado, de sentir que no perteneces a ningún lado, que a pesar de vivir en un mundo hiperconectado, superpoblado, globalizado y cualquier otra expresión similar, en ocasiones sientas esa soledad que te cala en los huesos y en el alma y que te hace empequeñecer y amenaza con desequilibrar tu mente.
No digo que la soledad per se sea mala. Al contrario, hay veces en que uno necesita estar solo, en compañía únicamente de uno mismo y sus pensamientos, quizá, por qué no, por esa globalización que he comentado anteriormente.
Hay personas que buscan la soledad, que se aíslan del mundo, de todo y de todos por voluntad propia y que disfrutan de esa soledad. Puede ser durante un breve espacio de tiempo o más prolongado en el tiempo. Seguro que más de una persona tras un día agotador de trabajo, rodeado de compañeros y compañeras, de ruido, de aglomeraciones en el metro, del sonar ininterrumpido de bocinas de coches y de una cacofonía de voces de fondo, necesita aislarse un momento de todo ese guirigay y quedarse en un espacio tranquilo, en silencio, aislado, antes de continuar con sus quehaceres.
Bien por esa soledad cuando la queremos buscar, cuando es por voluntad propia. Pero hay otras ocasiones en que esa soledad no la quieres, no la buscas, no la has elegido, pero ella te ha encontrado a ti. Y esa soledad te hace daño. Y ese daño puede llegar a ser considerable. Esa soledad te va minando, se cuela en tu mente, en tus pensamientos, en tu manera de ser; te carcome por dentro, te agría el carácter, funde tus ilusiones, tus sueños, te degrada como persona.
Te llega a hacer pensar que eres menos, que no sirves para nada, que todo es culpa tuya, que te lo mereces, que es un castigo. Puedes llegar a esa soledad por muchos motivos, quizá, incluso, por una enfermedad mental. Una enfermedad mental que te enclaustra en ti mismo, que te va incapacitando sin darte cuenta, que te hace que te aísles poco a poco del mundo, que vayas apartando a familiares, a amigos, a conocidos, a gente de tu alrededor. Una soledad que se autoalimenta, que disfruta viéndote caer en el ostracismo, que tergiversa tus pensamientos, que los retuerce, que te hace que te aísles de todo y de todos, que te destruye.
Y tú no quieres esa soledad, quieres socializar, quieres salir a la calle, quieres tener amigos, pareja, salir a tomar algo en compañía, ir al cine, viajar, abrazar a alguien, sentir. Quieres vivir. Pero esa soledad que llevas tejiendo tú mismo durante demasiados años, no te deja cumplir tus sueños. Te amenaza con el miedo a lo desconocido, se ríe de tus sueños, de tus anhelos.
Y cuanto más sufres por ese aislamiento autoimpuesto, más se ríe ella, más disfruta. Y tu vida se va apagando, vas languideciendo cada día un poquito más. Y es posible que, en ocasiones, quieras tomar medidas drásticas para acabar con ese sufrimiento. Piensas: muy bien, has ganado tú, ¿contenta? Y piensas en una salida extrema, definitiva, para acabar con todo. Pero la soledad sabe que eres un cobarde, y que no eres ni siquiera capaz de llevar a cabo ese fin.
Y la soledad se ríe de ti y murmura para sus adentros que siempre la tendrás a ella.