Esta web utiliza cookies propias y de terceros para obtener información de sus hábitos de búsqueda e intentar mejorar la calidad de nuestros servicios y de la navegación por nuestra web. Si está de acuerdo haga clic en ACEPTAR o siga navegando.

Aceptar cookies

(Blog) Mala idea

navespacialLa nave volaba rozando los campos sembrados. A su paso, las ramas repletas de algo que Mike suponía que eran flores, si es que Mike hubiese tenido mucho tiempo para contemplar el paisaje, se agitaban estremecidas, descompuestas por las llamaradas ionizantes de los dos motores sublumínicos.

Escrito por: Pedro Villena

¿Dos? Ojalá. Si la última descarga de plasma disparada por una de las tres lanzaderas que le perseguían no hubiese destrozado uno de los carísimos motores, motores que, por cierto, todavía tenía que acabar de pagar a la mafia kuritana, caracterizada, entre otras muchas cosas, por su poca empatía ante los retrasos en sus cobros, en estos momentos podría estar ya a varios clics del planeta, disfrutando de una cerveza bien fría de Timbiqui, mientras que el piloto automático de la nave lo transportaba con celeridad y seguridad hasta el portal de tránsito que le llevaría bien lejos de este maldito planeta.

 

Aunque ahora que lo pensaba bien, no podría disfrutar de esa cerveza, ya que el disparo del cañón de protones que le disparó la segunda lanzadera, casi al unísono que la descarga de plasma anterior, había destrozado el panel que controlaba la refrigeración de la nave. Y, consecuentemente, la energía no llegaba en absoluto a la nevera esa que le había costado un montón de billetes C, y que le había obligado a quitar un panel auxiliar de control para instalarla en su lugar. Y debido a esa explosión, y sin ese panel auxiliar, la temperatura de la nave empezaba a descender peligrosamente y no podría aplazar por mucho más tiempo la decisión de colocarse el traje de paseo orbital, para no congelarse dentro de la nave.

 

Y mientras trataba de sortear la miríada de láseres que azotaban a Eve, (sí, le había puesto de nombre Eve a su nave), le vino a la memoria, casi sin querer, como un destello luminoso, curiosamente parecido a esos disparos que envolvían a Eve, que tuvo que empeñar el traje orbital un par de días atrás, para poder pagar la factura del tugurio en el que se había hospedado en la dichosa ciudad. Y para poder desempeñar ese montón de equipo roído, fue cuando se le ocurrió la genial idea de tratar de engañar a unos cuantos lugareños en la cantina jugando a las cartas.

 

Y todo transcurría perfectamente al principio. Aquellos pardillos, tras varias horas de partidas, bebidas, y embustes fantasiosos, ni advertían que estaban siendo desplumados con sus trampas. Y Mike bajó la guardia. Y después de unas cuantas cervezas más, muchas más, ni se fijó que un nuevo jugador se había unido a la partida.

 

Si Mike hubiese estado más atento o despierto, habría reparado en que la mayoría de jugadores, por no decir todos, se habían retirado de la partida, dejándole sólo con aquel extraño ser. Si Mike no hubiera estado tan borracho y confiado, se habría percatado de que estaba jugando con un Mentalista, cosa, que bajo ningún concepto, nadie en su sano juicio, haría jamás. Nunca. Jamás. No. En absoluto. De ninguna manera. Bajo ningún concepto. Si Mike hubiera estado más atento, habría notado como a su contrincante se le ponían los ojos en blanco cuando le estaba sondeando la mente, adivinando sus jugadas. Por no mencionar el temblor en las manos, distintivo de los mentalistas, cuando trastean con la mente de alguien. Y tampoco era un detalle menor, en absoluto, los gritos de las personas que abarrotaban la taberna y que le sugerían, entre insulto e insulto, que dejase de jugar con un mentalista. Y ahora, entre un montón de láseres lacerando su vieja nave, tras conseguir escapar de la taberna y llevarse un montón de billetes C, guardados estratégicamente en una nevera portátil, ahora calcinada, alcanzar su nave en el espaciopuerto y despegar, se dio cuenta de que los lugareños no le estaban diciendo que la menta estaba lista, sino que estaba jugando con un mentalista. Y mientras forzaba la resistencia de la nave para escapar del mentalista y sus compañeros que le perseguían, recordó que no había podido desempeñar el traje orbital, que dicho sea de paso, debía también a los kuritanos.

 

Decididamente, fue una mala ida hacer una parada en aquel desértico planeta alejado de cualquier ruta comercial.

¿Dónde estamos?

c/ Bac de Roda, 149
T. 93 303 50 97


Avinguda Josep
Tarradellas, 19-21
T. 93 289 24 30


c/ Indústria, 50
T. 93 210 24 19

Contacto

Oficinas Centrales
T. 93 452 04 67


Horario de atención
L-J 8.00-13.00h y 14.00-17.00h
V: 8.00-14.00h
Clubs Sociales de L a V de 14.30 a 19.30h


joia@fundaciojoia.org

delegacioprotecciodades@fundaciojoia.org