(Blog) Eterno
El pintor agarraba su pincel con firme delicadeza. Cada nuevo trazo que plasmaba en sus lienzos conformaba con extrema exactitud aquellas ideas que se acumulaban en su alma. Los colores se mezclaban en su anciana paleta sin descanso, creando los miles de matices y tonos deseados.
Escrito por: Pedro Villena
Las manos se agitaban incansablemente a lo largo y ancho del blanco tapiz. Sus pasos acelerados, conscientes del tiempo, le llevaban de una esquina a otra del taller, desperdigando innumerables gotas multicolores de pintura por toda la estancia. De improviso, olvidaba aquella escena que estaba terminando y volvía sobre sus pasos acomodándose en el suelo, para, aprovechando una de la miríada de gotas que teñían de belleza el firme suelo, comenzar un nuevo paisaje, un nuevo sueño, una nueva esperanza surgida de su imaginación. Imaginación que le impulsaba a deshacer el camino, centrarse de nuevo en aquel trazo inacabado, para a continuación, sin pausa ni tregua, rebuscar nuevos lienzos, otra pared, otro mueble u otra mancha en el suelo donde continuar su inacabable obra efímera.
Las horas nocturnas se sucedían implacables, y cuantas más caían inexorables en el olvido del tiempo, más frenético se volvía su trabajo. Se multiplicaban los trazos en los innumerables lienzos que atestaban su estudio; sus idas y venidas aceleradas retocaban cualquier diminuto detalle de una escena, añadiendo cualquier elemento imaginado a una obra en continua evolución y nunca completa del todo. Los grabados pintados se entremezclaban con la pasión puesta en su empeño diario, sabedor de lo efímero de su obra y el desenlace inevitable que se repetía de por vida. Mas no por ello, se permitía descanso alguno.
Finalmente, cuando el último atisbo de oscuridad se esfumaba por el horizonte anunciando el alba de un nuevo día, pudo por fin el pintor descansar. Dejando caer de sus miembros cansados paleta y pincel al abismo de colores que se extendía por el suelo, abarcó con su triste mirada la obra creada. Satisfacción, dolor, alegría, llanto, gozo, pena. Todos y cada uno de los sentimientos que inundaban su alma se reflejaban en un rostro demasiado cansado para notar el primer rayo de luz de un amanecer que despertaba de nuevo, justo en el momento, que su figura se desvanecía como si nunca hubiera existido.
El pintor agarraba su pincel con firme brusquedad. Cuanto más repartía los trazos oscuros de pintura sobre el sinfín de aquellas obscenas muestras de vida, más frenético se volvía su trabajo. Los colores se mezclaban en su anciana paleta sin descanso, depositando sobre una multitud de lienzos repletos de vida, su rastro de podredumbre, óbito y dolor. Allá donde había vida, surgía de sus oscuros pinceles la muerte. Doquiera que atisbaba un nacimiento, el pintor lo transformaba en un fallecimiento; campos arrasados donde hacía tan sólo un instante, campesinos labraban con esfuerzo sus cosechas, convertidos ellos mismos en despojos tirados en el yermo paraje. Edificios en ruinas, antaño esplendorosos. Imágenes de guerras, destrucción, enfermedades, pandemias, tristeza. Toda una ristra de fatalidades sobre aquella miríada de lienzos que apenas unos instantes previos, se habían creado repletos de esperanza.
Cuando su frenético trabajo terminó, coincidiendo con la venida del ocaso, el pintor dejó caer de sus miembros cansados, paleta y pincel al abismo de oscuros colores que se extendía por el suelo. Sentimientos idénticos expresados meros momentos antes recorrieron su alma, mientras su figura se desvanecía como si nunca hubiera existido.
En el preciso momento en que el primer destello del alba brotaba en el horizonte, el pintor de la creación retomó su tarea, tiñendo de vivos colores aquellos lienzos de dolor creados meros instantes previos, por el pintor del ocaso. Y así, día tras día, era tras era, aquel ser, dador de vida y de muerte, trabajaba en su lienzo de eternidad perpetua.