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Todos los días nacen y mueren un cuantioso número de personas a lo largo y ancho de esta mota de polvo que se llama Tierra. La mayoría de esas personas, no nos engañemos, pasan, pasamos, sin ser más que una escueta y efímera nota a pie de página en la historia de la humanidad.
El pintor agarraba su pincel con firme delicadeza. Cada nuevo trazo que plasmaba en sus lienzos conformaba con extrema exactitud aquellas ideas que se acumulaban en su alma.
La nave volaba rozando los campos sembrados. A su paso, las ramas repletas de algo que Mike suponía que eran flores, si es que Mike hubiese tenido mucho tiempo para contemplar el paisaje, se agitaban estremecidas, descompuestas por las llamaradas ionizantes de los dos motores sublumínicos.
Juan entró en el vagón del tren aún con las puertas semicerradas, haciendo oídos sordos a las quejas e improperios que le proferían los pocos pasajeros que descendían en aquella parada. Se dirigió rápidamente a uno de los muchos asientos libres que a aquella temprana hora abundaban en aquel tren.
La vida raramente es como a uno le gustaría que fuese. En ocasiones son temas pequeños o nimios, casi sin importancia. No se va a acabar el mundo porque en el bar donde vas a desayunar, se les hayan acabado los cruasanes.
Podría comenzar este relato de numerosas y variadas maneras. Por ejemplo, podría narrar la leyenda de Sant Jordi, que dio origen a esta jornada tan popular.
No es que Joaquín Sabina sea mi cantante preferido, de hecho, ni de lejos, pero para gustos, los colores. Sin embargo, sí que reconozco que hay un par de canciones que me gustan de él.