(Blog) ¿Quizás es un cuento de Navidad?
Existía una plaza antigua en medio de una villa recóndita muy llena de vida, de seres humanos y de bestias. En el centro de la plaza de la villa existía una gran estatua de piedra cubierta de oro y diamantes que conmemoraba el nacimiento de un galán príncipe de hacía siglos y que había sido, según decían, un personaje inmensamente feliz a lo largo de su juventud y vida madura; pero de eso, a pesar de aquella escultura, ya nadie se acordaba lo suficiente; los habitantes del pueblo no sabían quién había sido el majestuoso Príncipe Feliz.
Escrito por: Maria del Mar Castuera
El centro de la villa empeoraba día a día y los estragos de una crisis azotaban a la gente de la pequeña ciudad. Las casas antiguas y viejas estaban medio en ruinas; no vivían allí los ricos, sino los pobres que no llegaban a fin de mes.
Una famélica y enfermiza golondrina que había pasado el verano en la ciudad se agachaba entre los pliegues de la falda del Príncipe para curarse. No tenía fuerzas ni para volar. El único ser vivo que sintió llorar la estatua del príncipe fue la golondrina. Murió de miedo al escuchar los hipidos.
Cuando le preguntó, el príncipe le contestó que lloraba por los enfermos de una casa de piedra que habían cogido todos la escarlatina y morirían por falta de medicamentos. Propuso al pajarito que les llevara unas láminas de su vestido dorado y el ojo derecho, que era un rubí, escondidos bajo el ala, volando, hasta llegar a la casa de piedra; y el pajarito lo hizo. Al cabo de unos días estaban en forma de nuevo y además comían en la mesa.
La golondrina, orgullosa y feliz por el pensamiento del príncipe y por haber contribuido a solucionar algunas calamidades de aquella buena familia, empezó a cavilar por qué estaba triste otra vez el príncipe, que las lágrimas le caían hasta en los pies.
Cuando le preguntó, contestó que lloraba porque estaban desahuciando a una anciana y su nieta vecinas de una casa ruinosa junto al Ayuntamiento. Le propuso a la golondrina que llevara un par de láminas del forro de su túnica (que era de plata pura) a la anciana y a la niña porque no le quedaban más pedazos de la Capa de Oro. La golondrina, sin casi aliento ni mucho ánimo para volar, aunque fuera menos cargada, lo hizo tal cual.
Así pasaron un invierno tranquilo, pero terriblemente crítico, y la golondrina volaba de casa en casa ya que el príncipe desde su altura veía lo que pasaba en la plaza y le daba todas las joyas del traje.
Cuando llegó la primavera vinieron los ayudantes del Alcalde y concluyeron que la gran estatua del medio de la plaza de la Vila ya no lucía como antes, que era fea y pasada de moda y decidieron derribarla.
Al día siguiente de esta operación, sobre el pedestal permanecían un pedazo de mármol como un corazón de grande y una golondrina muerta.