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(Blog) Historias para no dormir

toleranceMe encantan las castañas y los boniatos. Lo más sugerente que me he encontrado en la noche del 30 de octubre al 1 de noviembre es un chico bien musculoso, vestido de arlequín de negro y rojo, comiendo castañas, panellets y boniatos.

Escrito por: Maria del Mar Castuera

 

Al verle nos entró la risa a todos nosotros, pero alguien gritó en la habitación de al lado que había aparecido un cofre de perlas con una llave de plata, en medio de la alfombra manchada de sangre tenebrosa.


Nosotros no quisimos hacer nada, pero el que gritaba empezó a tener convulsiones debido al terror que le producía aquella misteriosa aparición a ras de suelo y, en medio de gritos y patadas, tuvo la ocurrencia de abrirnos el enorme cofre con la llave de plata y de allí vimos salir terribles serpientes que se nos enroscaban por los pies y enormes cocodrilos oscuros que reptaban vilmente por la alfombra manchada de sangre para volver a encontrar una presa mejor que la última.


¿Quién demonios nos había colocado allí el cofre, en medio de la alfombra sangrienta y con su maldita llave plateada? Alguien lo vio. En fin, sólo vio una sombra salir por la ventana de la terraza hacia el negro jardín y luego desaparecer en la oscuridad de aquella tétrica noche de Halloween.


Cuando los invitados vieron el cofre, notaron un olor acre dentro de la habitación, un olor fétido y pestoso que describía exactamente la presencia de Big Foot. Era un hombre barbudo y peludo que gruñía continuamente. Al mismo tiempo que se quejaba, gruñía y eructaba a la vez. Era feo, pero no quería ser una mala persona.


Estaba en una finca grande y verde donde pacían muchos caballos salvajes, indómitos, rebeldes pero hermosos. Compañeros de una ermitaña larguirucha y seca que cuando se reía parecía un caballo como aquellos animales.


Se oía relinchar y ya se sabía que ella merodeaba por la finca. En esa finca hubo una vez una industria papelera y los martillos repiqueteaban a lo bestia encima de las bielas de los cilindros rotatorios. Muchas veces se oían los martillos de los cilindros junto con el grito de algún lobo que también vivía en la fábrica.


Se oía la sirena que llamaba a los fantasmas de los obreros y alguien abría unas puertas desconocidas que chirriaban como una negra pesadilla y, al oírse, se entrelazaban las voces de los obreros con los repiqueteos de sus cadenas de esclavos chocando entre sí. Entonces las puertas se abrían y un malvado gordinflón reía aparatosamente como si fuera bobo o tonto ante sus obreros de ultratumba.


Pero el barbudo Big Foot le impedía salir fuera de su despacho de oro y platino para exprimir a los cadáveres que fabricaban papel. Ellos no volverían a llamar nunca jamás a aquellas puertas infernales.


Los prados vecinos seguirían admitiendo brujas y caballos salvajes.

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