Esta web utiliza cookies propias y de terceros para obtener información de sus hábitos de búsqueda e intentar mejorar la calidad de nuestros servicios y de la navegación por nuestra web. Si está de acuerdo haga clic en ACEPTAR o siga navegando.

Aceptar cookies

(Blog) El buen final de aquellos que se quieren

toleranceNos habíamos jurado tantas veces entre nosotros dos que nunca volveríamos a hablar ni a encontrarnos, pero nos habíamos reunido tantas veces después de decirlo. Desde el día en que nos conocimos que no quisimos prescindir el uno del otro a pesar de que ya supiéramos que nunca pensaríamos igual sobre nada.

Escrito por: Maria del Mar Castuera

 

En cambio, aquel día tan amargo parecía ser definitivo, parecía el día en que nos despediríamos totalmente y un poco de tiempo después, cuando te encontré en la plaza del Mercado con los olores a verdura y carne perfectamente frescas, nos quedamos plantados frente a frente, mudos, durante cincuenta minutos.


La gente tropezaba, al principio, con nuestros dos cuerpos, y permanecíamos parados mirándonos a los ojos avergonzados y como si estuviéramos angustiados porque queríamos tocarnos las manos e, incluso, la gente hizo un tipo de almendra ovalada a nuestro alrededor porque la vida del Mercado continuaba sin pararse.


Cada vez más lejos hasta aquel día y ahora, en el Mercado, cada vez más unidos íntimamente. Qué tipo de añoranza y qué desasosiego nos producían los recuerdos.


Todo estaba flotando en una plaza del Mercado apretujada de gente y a pesar de todo limpia de venenos y, mientras tanto, nuestros cerebros en medio empatizaban rodeados de un terror flojo y espumoso que ni nos quemaba ni ahogaba, que nos ayudaba a continuar enteros sin que ni tú ni yo supiéramos porqué seguíamos viviendo.


No sé por qué nuestros recuerdos pasaron ante mí, y por delante de tu rostro, como sí hubiéramos ganado bestialmente una guerra inexistente. Tu subconsciente a la vez se quedó pintado dentro de mi cráneo y te veía dibujado en los ojos que tú también me estabas leyendo los pensamientos.


Tus párpados no temblaban en absoluto, parecía que te los habían arrancado de los ojos para poder clavármelos en la cara y mientras tanto yo veía el hipnótico color de tus ojos adivinando de pleno cómo soñabas, cómo pensabas y cómo estabas bebiendo de mis rudas ilusiones.


No sé qué pasó, algo hizo estropicio y crujió dentro de nuestras almas. Era el chirrido del aburrimiento que pugnaba para aflorar; el ruido de la fatiga que nos pulsaba la frente, exactamente en los pulsos.


Era tan inmenso nuestro dolor que ni siquiera nos hacía daño, pasaba desapercibido para nosotros igual que el último golpe de hormigueo que también nos rehuía. Era penoso y tierno a la vez, pero no era inválido, parecía que entonces tomaba sentido de verdad el universo de alrededor y el cielo de la plaza del Mercado.


Había oscuridad y había preciosos espejos de vidrio, había paz y una calma maravillosa pero no existía el placer, este no cabía dentro de nuestros planes todo disfrutando admirados el uno del otro mutuamente a lo largo de aquellos cincuenta minutos. El placer estaba destinado a nuestros juegos selváticos o de cama, juegos propios de dos adultos empequeñecidos por el amor que, a pesar de todo, nos estaba protegiendo de nosotros mismos.


Casi valía la pena el hecho de habernos dejado de lado un tiempo de dura y oscura libertad, dado que el éxtasis de los cincuenta minutos acontecería inolvidable por siempre jamás a lo largo de toda nuestra vida; la reconciliación o nuestra separación estaría llena de agradecimiento.


Nos lo habíamos explicado todo sin mentiras, pero nunca nos lo habíamos dicho en voz alta a través de las palabras y ahora lo vemos, la realidad de nuestro reencuentro había sido muy bien recibida por nuestros corazones y la imagen reflejada en tus ojos fluía por mis venas y arterias como si se tratara del llamado “soma” del “Mundo feliz” de Aldous Huxley para no marchar nunca más de mi recuperada sangre que antes era mortal.


Concluyó el paroxismo de nuestras vidas abiertas y todo empezaba a fluir en medio de aquella plaza; llegaban más mercancías que nosotros dejábamos pasar cogidos del brazo, todavía sin vernos el uno al otro porque el éxtasis se había producido muy profundamente en nuestros pechos y nuestro corazón estaba hecho de corcho todavía, al cabo de los cincuenta minutos que ya se acababan.


Apenas salimos de la plaza del Mercado, llegando apenas a una avenida cortita y de pocas construcciones, donde encontramos un pequeño hotel y (sin apenas hablar entre nosotros), como que era casi mediodía, nos dirigimos al conocido restaurante que llevaba un cocinero navarro desde hacía años dentro del edificio maravilloso.


Nos comimos un buen plato de espárragos relucientes y sabrosos con dos besugos hechos al horno para acabar disfrutando del negruzco “caldo” que nos ofrecería nuestro “Chef”. Así se acabaron aquellos desagradables tropiezos, así como la incomprensión relativa de aquellos que se quieren.

¿Dónde estamos?

c/ Bac de Roda, 149
T. 93 303 50 97


Avinguda Josep
Tarradellas, 19-21
T. 93 289 24 30


c/ Indústria, 50
T. 93 210 24 19

Contacto

Oficinas Centrales
T. 93 452 04 67


Horario de atención
L-J 8.00-13.00h y 14.00-17.00h
V: 8.00-14.00h
Clubs Sociales de L a V de 14.30 a 19.30h


joia@fundaciojoia.org

delegacioprotecciodades@fundaciojoia.org